Las medidas intentan evitar el estancamiento de la economía europea.
Mario Draghi gastó el jueves una de sus últimas balas a la vista de que la recuperación tartamudea: el paro sigue en máximos, la inflación se le escurre de entre las manos y el otoño, en fin, empieza con la amenaza de un peligroso estancamiento para mucho tiempo. El Banco Central Europeo (BCE)
rebajó el jueves por enésima vez el tipo de interés oficial —la mejor
medida del miedo en la economía, decía John Keynes— hasta el 0,05%, y
aplicó un castigo aún mayor a los fondos que los bancos dejan ociosos en
su ventanilla, que ahora se gravan con intereses negativos del -0,20%.
El precio del dinero, rondando la zona del 0% desde hace meses,
ha dejado de tener la importancia que solía en Fráncfort; incluso con
esa extravagancia de los tipos negativos. Más allá de esa señal
cosmética, Draghi se había autoimpuesto una enorme presión. No defraudó:
anunció que pondrá en marcha en octubre las compras de activos
privados, los denominados ABS (títulos respaldados por deuda privada,
cuyo mercado europeo es relativamente pequeño) y también bonos
garantizados (covered bonds en la intraducible jerga
anglosajona de las finanzas) como las cédulas hipotecarias. Todo eso con
una “mayoría confortable”: es decir, sin unanimidad. Y con la
esperanza, quizá vana con la que está cayendo, de que la banca vuelva a
prestar.
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