Sintieron escalofríos. Los miembros de la comisión judicial que anteayer
escucharon a tres testigos y realizaron una inspección ocular en las
instalaciones del Madrid Arena quedaron impresionados
por el cúmulo de despropósitos, imprevisiones e imprudencias que
pudieron constatar sobre el terreno. La conclusión fue que el recinto se
convirtió la noche de Halloween literalmente en una ratonera.
A la vista del resultado de la diligencia se entiende perfectamente que
lo ocurrido haya tenido una primera consecuencia política en la
dimisión del tercer teniente de alcalde, Pedro Calvo, encargado de la
empresa pública Madrid Espacios y Congresos, que controlaba -al menos en
teoría- las actividades del Madrid Arena.
El Ayuntamiento señaló
a Calvo el martes ante el juez del caso, Eduardo López Palop, como el
responsable de la gestión de dicho recinto y, por tanto, como la persona
que debe acudir para declarar y explicar cuanto hicieron las
autoridades municipales en relación con la macrofiesta. El juez no le
había imputado directa y personalmente a él, sino a quien estuviera al
frente de dicha empresa pública. Su imputación es el resultado de que el
municipio le indique a él como el responsable de dichas instalaciones.
La
inspección ocular realizada el martes precipitó la dimisión de Calvo
porque permitió constatar el grave peligro que corrieron los
aproximadamente 20.000 jóvenes que acudieron a la macrofiesta de la
noche de Halloween. Los imputados que ya ha citado el magistrado tendrán
que dar muchas explicaciones. Se trata de los organizadores, Miguel
Ángel Flores, director de Diviertt, la sociedad que alquiló el local a
la empresa pública dirigida por Pedro Calvo, y también los responsables
de las dos empresas de seguridad contratadas para ese servicio, Kontrol
34 y Seguriber.
Todos ellos tendrán que responder al juez sobre
las numerosas deficiencias constadas en la inspección ocular. La
comisión judicial comprendió al llevar a cabo el recorrido por el
recinto que la tragedia hubiera podido tener proporciones mucho mayores.
No
sólo se produjo una entrada masiva de jóvenes muy superior al aforo del
Madrid Arena, sino que el alcohol se vendió y corrió prácticamente sin
control, y se lanzaron cientos de petardos.La impresión que se llevaron
los miembros de dicha comisión fue que del mismo modo que entraron
objetos pirotécnicos hubieran podido ser introducidos en el local otros
mucho más peligrosos. Con toda probabilidad, nadie lo habría impedido,
porque nadie controló de manera fehaciente qué llevaban los jóvenes, y
mucho menos los que componían un numeroso grupo que hacía botellón junto
al recinto. Este grupo entró en masa en el Madrid Arena poco antes de
las cuatro de la madrugada, cuando se anunció que el pinchadiscos Steve
Aoki, la gran estrella de la noche, iba a empezar volcar su huracán de
música estridente sobre las cabezas de los asistentes a la macrofiesta.
Aoki no podía saberlo, pero ahí empezó la tragedia.
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